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Alcohol y adolescentes

Las transformaciones económicas, sociales y culturales de las últimas décadas, la modificación de las costumbres sociales y de las pautas relativas al consumo de alcohol -especialmente entre los más jóvenes- han cambiado desde los años 1960 / 70 y principios de los años 80: entonces el consumo era generalmente más esporádico.

La adolescencia y primera juventud son etapas en las que el desarrollo neurológico no se ha completado y, por eso, son fases del desarrollo vulnerables ante el consumo de cualquier tipo de sustancia psicoactiva.
Por este motivo, cualquier consumo de alcohol en menores de edad se considera un consumo de riesgo pero en las últimas décadas el alcohol se ha convertido en un “invitado” habitual de los espacios y tiempos de ocio frecuentados por los adolescentes y jóvenes.
La baja percepción de riesgo que se tiene sobre el consumo de alcohol contribuye a que hoy el abstemio puro sea un personaje casi exótico entre los jóvenes. Por otra parte, la fácil accesibilidad y la publicidad sobre el alcohol, entre otros factores, logran que beber sea un hábito tan popular entre ellos.
Además del impacto de la publicidad, presente tanto en espacios deportivos como en medios audiovisuales, hay diversos modos de atraer a los más jóvenes: por ejemplo, mediante la oferta de licores mezclados con sabores infantiles (cacao, zumos de frutas, sabores dulces…) y un sofisticado diseño en su presentación que busca atraer especialmente a las chicas y a los más pequeños.

En cuanto a su fácil disponibilidad, las bebidas las consiguen los menores de 18 años en supermercados (generalmente se las compran los hermanos y amigos mayores, o hasta desconocidos) pero también los consiguen en sus casas y, aunque en menor medida, logran también que se las sirvan en bares y pubs.

Los  adolescentes no son conscientes del impacto que tiene el alcohol sobre su salud y sobre su desarrollo como personas; además, confunden las consecuencias del consumo con las alteraciones que produce el efecto buscado y piensan que no corren el riesgo de que se genere una adicción (habitualmente se precisa un tiempo de evolución hasta que se instaure la misma, lo que les hace ser más confiados).

Beber cualquier cantidad de alcohol a edades tempranas impacta muy negativamente en el desarrollo del cerebro en formación y la costumbre de beber en «atracón», esto es, de practicar un consumo intenso de alcohol concentrado en un escaso lapso de tiempo, hace que el daño se agudice. Sin embargo, parece que muchos adolescentes creen que las bebidas alcohólicas no suponen riesgo cuando solo se consumen los fines de semana, aunque se haga de forma abusiva.

Pero no solo los adolescentes y jóvenes son inconscientes de los riesgos: los adultos también tienen una menor percepción del impacto negativo del consumo de alcohol y parecen ajenos a las consecuencias que para su salud, y especialmente para la salud de los más jóvenes, tiene este consumo.

Pensamos que ellos -padres, profesionales, familiares…- también beben, y por este motivo no se sienten legitimados para imponer límites y son altamente permisivos con el consumo de los jóvenes.

Un paso importante para modificar esta realidad sería lograr que los padres y profesionales consideraran al alcohol como una sustancia psicoactiva más, que puede ser más peligrosa que otras sustancias ilegales, y reconocieran que es con cierta frecuencia la puerta de entrada al consumo de otras drogas legales e ilegales.

De cualquier modo, parece demostrado que mientras no baje la disponibilidad, no se incrementen los precios, no se reduzcan horarios y espacios de dispensación de bebidas, y no se restrinja la publicidad, cualquier medida educativa será insuficiente.

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